Pero
mi mejor amiga se siente viva y yo me siento muy triste. Ella dice que se sintió muy viva recientemente gracias a una canción, un libro y una película. En el CUEC, los alumnos experimentamos muchas etapas depresivas: la de la preproducción, la del rodaje, la de la post, la de tengo que trabajar para seguir estudiando y pagar mi corto y la de chin, no tengo nada qué hacer. Yo me siento muy triste porque no hay nada que ocupe mi mente como para distraerme de mi soltería, mi pobreza, mis conflictos con la creatividad y con la escuela.
Sin embargo, no dejo de sentirme vivo. He sentido muchas ganas de morirme, pero siempre hay algo que me recuerda que no vale la pena pensar en el suicidio, si de todas formas hemos de morir algún día. Es como si construyera para mí un pensamiento del tipo: Ni la vida ni la muerte valen la pena, sino todo lo que está en medio de ellas.
Lo que está en medio de la vida y la muerte es una constante renovación de la mente, así que mejor MENTE FELIZ. Mi mejor roomate me ha enseñado que todo es impermanente, que nada existe como lo percibimos, ni siquiera nuestro cuerpo ni nuestra mente. De manera burda, yo aplico esa gran enseñanza del Dharma al cotidiano presente, logrando sobrevivir a las presiones de la escuela, el trabajo y las relaciones de pareja.
Antier, robé el ipod de una amiga por unas horas. Mientras ella llenaba reportes de continuidad, yo bailaba y me entristecía con cada canción que surgía. "Estás loco", se reía Sandra de mi. "No te creo que estés triste, tú nunca estás triste". Pero es verdad: no me gusta perturbar a nadie con mis perturbaciones. Mente feliz, me repito.
"Hace mucho que no lloro", le dije a Sof una vez, hace muchos años (bueno, como cuatro). "Nunca te he visto sentir algo verdadero", me respondió ella, al respecto. Yo me enojé: ¿cómo que "algo verdadero"? Pero es cierto: estamos acostumbrados a sentir el melodrama como verdadero, porque nos aísla más que la supuesta felicidad, a pesar de que las dos son perturbaciones de la mente.
Pero, bueno: Entre que quiero con un ouei que parece va a ser empresa difícil de conquistar, y que las cosas se están moviendo muy despacio en estos días, he sentido ganitas de llorar, de tocar el fondo de la tristeza. Me induzco al llanto con cancones que según yo son para tender lágrimas y mocos, pero no. Pienso en mis amigos (del cineclub, del blog, del ambiente, de la escuela, etc.), escucho una ridícula canción vieja (como de Grease o Baccará), y me excito con las perturbaciones de la felicidad.
Me vuelvo ilógico y comienzo a darme cuenta que no comprendo ni la tristeza ni la felicidad. Que no hay que comprenderlas ni buscarlas, mucho menos provocarlas. Por eso: NO HAY QUE SER PATÉTICOS, SINO SENTIRSE PATÉTICOS. Que el patetismo nos tome por sorpresa, que los fondos del llanto y la carcajada lleguen espontáneos, como el más bello de los romances o la más profunda de las epifanías.
Ya estoy feliz de nuevo.