Desde que me ando cambiando de casa, las cosas ya no son las mismas. Un enjambre de mosquitos invade mi baño, debo de tirar ese sucio trapeador. Los niños de las calles aledañas se han vuelto más piromaniacos que nunca; en los tres años que llevo aquí, jamás me había tocado verlos atentar contra la vida y la propiedad de los conductores que a diario cruzan el eje 10 sur. Es más, "el quichi" ya no ladra, se tira abriendo sus cuatro patas y lame el suelo como personaje de García Márquez; cuando lo encierran golpea la puerta al ritmo de tres golpes cada diez segundos. - Mira nomás, y ya te vas-, me dijo mi vecina cuando dieron las doce y se terminó una larga charla sobre la vida y la gente, luego de que mi cabeza se estrujara por no saber qué haría con la puerta asegurada y mis llaves bien dispuestas sobre la cama. Afortunadamente ella si vió los tornillos que detenían los cristales de la puerta y me sugerió sacarlos con una herramienta. Así fue como comenzamos a platicar. Sana costumbre la mía de dejar las cosas para el último. - ¿Cómo ves Mitzy, que Ale se va? ¿Qué fresco, no?-. Chale. |
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