28.2.06

En Altavista se me paró...el corazón



De todos los que hay...





Nomás uno vale la pena (lo malo es que no existe en la web foto suya que también lo haga).

Mejor conocido como mi hombre ideal.
Si lo ven, díganle dónde estoy.

18.2.06

El evangelio según la escalera

Iba el sensible veinteañero a comprar su mandado. Caminaba por la orilla de la banqueta dando saltillos de felicidad y cantando Maniac o una de Fiona Apple, la verdad eso lo olvidé. Sus brincos abarcaban el amplio espectro de su espacio vital, pues sentía una infinita alegría por finalmente poder comprar mucha comida para toda la semana. De súbito, el entusiasmo tronó, tornando confusamente en una mezcla de temor y nerviosismo. Era ella. El perspicaz veinteañero no recordaba la última vez que la había visto, ni de qué color era ni qué tan alta había sido en aquel tiempo. Pero seguritito era. Tampoco había memoria para dar cuenta de si en aquel entonces había traído un hechizo de buena o mala suerte.

Engreída se recargaba contra la pared del videoclub, a mitad del camino entre la agencia de coches y el superama. ¿Qué es lo que quieres? No hablaba, ni volteaba a verme, es decir, al guapo veinteañero. No movía ni una de sus gruesas costillas. ¡¿Qué es lo que quieress?! Las cejas se levantaron y los músculos se tensaron. En los últimos tiempos nada tan grave venía a la mente en forma de mala suerte, pero eso era insuficiente. Había que hacer memoria. Finalmente, en un arrebato, el veinteañero cerró sus puños, arremetió contra ella y cruzó el umbral.

El olor a jitomates frescos y carne recién empacada le devolvió la sonrisa en el rostro. Pensaba en el maravilloso masacote de discada que prepararía. Pero no lo pudo evitar. Ahí estaba nuevamente, recargada y extendida, con la cabeza levantada y el sol haciéndola brillar. Esta vez los puños estaban ocupados. El ilustre veinteañero pensó en la posibilidad de romper el hechizo recién adquirido al cruzarla nuevamente, pero también pensaba serio en su viceversa. Pero no se venció. Levantó la cabeza, caminó despacio, pasó justo por debajo de la escalera, y volvió a pensar en la comida.

11.2.06

No me voy a hacer viejo (put on my red shoes and dance the blues)


Al menos no hasta tener entre mis recuerdos pasados más queridos la peluca rosa que usé para cantar "Brass in pocket" en un karaoke de Tokio. No me haré viejo hasta que esté harto de todo el cine, del que sé y del que veo. Viejo hasta que de plano en la tierra no haya un solo hombre guapo a quien admirar aunque sea entre los pasillos del super. Viejo nunca, ni siquiera cuando haya perdido el más breve ápice de entusiasmo suicida ante todos los problemas.

Se acabarán las drogas, nunca será suficiente el agua, el amor se acabará y será siempre imposible estar en todos lados. Pero no me voy a hacer viejo.

Tengo alma, pero no soy un soldado.

La belleza está donde uno la encuentra.