
No me gusta estar en casa mientras la señora Connie se dedica a limpiar. Un compa (bueno, el ouei que me hospedó durante aquel primer festival de Morelia), le decía a la chava que limpiaba su depa "la alegría de este hogar", pero a mi no me gusta escuchar la ke buena durante cuatro horas.
Por eso, antes de que llegue doña Connie al depa, le dejo su dinero en la cocina, tomo un cuaderno (tomaría una lapop, pero pus...), me aseguro de llevar audífonos, algo para leer, tal vez uno o dos objetivos en los cuales trabajar, y termino en una cafetería cercana donde me echo dos chai lattes mientras invierto mi tiempo.
Y vaya que lo invierto. Si algo en estas últimas dos semanas puede ser considerado una verdadera inversión en mi vida, se trata de: Mi discreto negocio de sandwiches, entre dos compañeros de la escuela y yo, y las tardes de los miércoles.
Pensar, escribir, leer, respirar tranquilo, en un lugar silencioso (de esos que ya casi ni existen), y terminar cumpliendo con los textos con que había quedado, además de configurar la idea para una tarea y diseñar las clases que pronto comenzaré a impartir.
Así sí me gusta que oña Connie limpie los miércoles.