El camión se detuvo a mitad del camino entre Salamanca y Celaya, en un punto de los que rodean Irapuato, el cual sostiene un pequeño restaurante carretero, en apariencia denominado por la condición explícita que se interpreta en las letras de madera sobre la puerta: A-B-I-E-R-T-O.
A lo mejor y es verdad que nunca cierra. Tal vez lo cierto sea que sus dueños lo consideraron una alternativa a la publicidad. O igual y nomás quisieron pasarse de listos.
Oasis erigido a mitad de un árida nada (frase mamona seudo poética de contemplativo viajero cansado soñador), alrededor del restaurantito había montañas de asfalto reseco, el límite de un rancho por el que paseaban vacas y chivas, una ilera de agaves y cactos silvestres, y dos camiones más, uno d'ellos iba pa'juárez.
Me bajé a fumar y estirar las piernas. Mientras, cerca de mí dos muchachos bebían cervezas y platicaban entusiastas. Ojalá hubiera yo visto sus caras, cuando las piernas les dolieran y los hombros no soportaran el equipaje ni un paso más.
1 comentario:
¡ya no te vayaaaaaaaaaaas! No me avisaste y no te lo voy a perdonar. No te daré tu regalo de navidad, jum.
Qué bonita cosa.
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